Leyendas sobre leyendas
Misterio y leyenda en Los Palacios y Villafranca
El estudio de la literatura romántica y la lectura de las Leyendas de Bécquer, ha inspirado a los alumnos de 4ºde ESO la redacción de una serie de narraciones de misterio. Tres de estos alumnos ofrecen generosamente sus propias leyendas, realizadas en la clase de Lengua y Literatura de la profesora Mercedes Guirao, a los lectores del blog de la Biblioteca. Están basadas en personajes y lugares misteriosos de nuestra localidad o alrededores: Joaquín Romero Murube, La Mejorada Baja… Y, sobre esa vieja y conocida tradición, han creado sus propias historias de ficción, presididas, a menudo, por el terror de lo sobrenatural y lo diabólico. Esperamos que las disfrutéis…
EL PARQUE DE LOS ENAMORADOS
En el pueblo de Los Palacios y Villafranca cerca de Sevilla, vivía un hombre llamado Joaquín Romero Murube. Este, siempre vestía de negro. El joven ocupaba su tiempo libre en la literatura, su gran pasión. Una forma de expresarse y escribir sus sentimientos más profundos, solía ir a diferentes sitios de su pueblo, para inspirarse en sus obras y aspirar a esa tranquilidad máxima que le transporta al lugar de sus pensamientos.
Campos de arroz rodean su pueblo. Llega octubre, el frío se aproxima y con esto trae las grandes cosechas de arroz, es una importante temporada para el pueblo. Joaquín toma su pequeño y añoso trapo de tela y su lápiz y libreta y emprende su camino hacia esos campos donde se encuentran los palaciegos haciendo su labor. El esfuerzo y sudor de los hombres en la marisma, el olor, la humedad que inunda el aire de pequeñas partículas de agua que refrescan las mañanas crean la paz e inspiración en Joaquín.
Una mañana fría y oscura, el joven decide partir hacia la marisma, pero esta vez por un camino diferente. La curiosidad y la aventura lo caracterizan. A lo largo de la caminata pasó por un parque, le recordó muchos momentos de su infancia, pero al fijarse bien guipó a una mujer llamada Angelita, detrás de unos matorrales, sentada en un banco. Su belleza era cautivadora, esos ojos oscuros como la noche, ese pelo largo tan llamativo y esos labios rojos intensos llamaron la atención de él.
Día tras día el joven pasaba por ahí, solo para verla a ella. Su belleza y encanto dibujaba una gran sonrisa cada día en el rostro de él. Cada vez que la veía sus sentimientos iban creciendo. Ella era su inspiración, la pensaba por la mañana al levantarse, cada vez que veía una rosa le recordaba a sus labios llenos de dulzura y a la vez tan intensos y llamativos. Al caer la noche y mirar al cielo oscuro con algunos destellos estelares sus dulces ojos veía. Unos ojos en los que perdía su mirada y cada vez se sentía más atrapado en ellos.
El sol estaba todavía por salir, la oscuridad invadía las calles de Los Palacios, cuando Joaquín como una mañana cualquiera se aproxima hacia la marisma, como cada día vio a la joven allí sentada. Su amor y atracción por ella le hicieron no resistirse más, decidió acercarse, expresarle todos sus sentimientos. Angelita, sentada desde el banco ya predecía los pensamientos que le pasaban por la cabeza a Joaquín. Cada vez más cerca de ella, su corazón se aceleraba.
-Hola, mi nombre es Joaquín, te veo todos los días y he decido acercarme porque la inquietud de conocerte y saber sobre ti me mata los pensamientos -dijo él con voz nerviosa.
Mientras que ella le hablaba, él perdió su mirada en sus ojos. Hechizado por ella, su estado físico empezó a desvanecerse, convirtiéndose en tierra que al entrar en contacto con el suelo mojado de la lluvia y el débil rayo del alba que asomaba por el horizonte empezó a crecer un gran árbol.
Marta Mota Fernández, 4ºESO-A
LA MISTERIOSA CASA DE LA PLAZA
Nunca nadie se había atrevido a entrar. Pasaban por la puerta, la intriga les hacía pararse, la observaban, y algunos valientes llamaban para salir corriendo. Nuestros abuelos nos habían contado la historia de aquella casa detrás de la plaza. Decían que hasta el año 1896 vivió la familia Jiménez Díaz, pero que tras la muerte de la más pequeña de la familia por una fiebre amarilla, todos los demás se fueron a vivir a Málaga. Esta enfermedad hacía ya un siglo que había desaparecido, pero según cuentan las lenguas populares, aquellos apellidos llevaban consigo una maldición.
– ¡Venga vamos!
– Es peligroso, ni se te ocurra- decía Julia.
– Qué, ¿os da miedo?- insistió Carlos con tono desafiante.
– ¿Es que no conocéis la historia? – dijo la dulce voz de una niña, atraída por aquellos niños que parecían ser de su misma edad.
Los tres se dieron la vuelta, nunca antes la habían visto, tenía los ojos azules y llevaba puesto un vestido a juego con su mirada. Su pelo era rubio y rizado y su piel pálida como el marfil.
– No es seguro,- continuó – la casa está vieja y os podéis hacer daño. Además, dicen que la última familia que vivió ahí tuvo que huir porque no paraban de verla a ella.- hizo una pausa breve – ¿Y si Ana sigue ahí?
Ana fue la pequeña que murió en 1896. La gente decía que aún permanecía en aquel lugar, y los vecinos contaban cómo cada 23 de marzo, día de su fallecimiento, se escuchaba el llanto de una niña de apenas diez años que anhelaba la compañía de su familia y amigos.
Las palabras de la pequeña hicieron que un escalofrío recorriera los cuerpos de Antonio y Julia. Se acercaba la noche, se habían distraído con la vista de aquella misteriosa mansión, se volvieron para hablar con la niña, pero parecía haber desaparecido. Aterrados ante la idea de quedar atrapados en aquel lugar, los dos amigos decidieron volver a casa mientras intentaban, sin éxito, convencer a Carlos de que hiciera lo mismo.
Y allí se quedó el chico. Las palabras de aquella desconocida levantaron aún más su curiosidad y miraba fijamente a aquella casa intentando averiguar cómo entrar. El portón estaba oxidado, y viendo que nadie le observaba, no le hicieron falta más que unos empujones para que se abriese de par en par.
La casa estaba en muy malas condiciones, la madera del suelo crujía a cada paso, el polvo del ambiente hacía sus ojos llorar y cada vez había menos luz. Se sorprendió al ver que todo estaba vacío, no había muebles, las cortinas estaban arrancadas y, al seguir caminando, las vio echadas sobre un enorme marco como si pretendiesen esconder algo. Entonces aquel gusanillo en su estómago le llevó a tirar del gran trozo de tela. Descubrió un espejo de casi cuatro metros de alto, una grieta lo recorría a lo largo de la diagonal de la esquina superior derecha y, poco a poco, vio como un fino hilo se sangre salía de aquella fractura, un hilo de sangre similar al que le empezaba a caer por su brazo. Asustado, lloraba y gritaba mientras corría para poder volver a casa, pero ya no podía, pues había quedado atrapado en el espejo.
– ¡Hola!- Dijo ella deseosa por conocer a su nuevo amigo, pues era el primero en más de cien años.
Miedoso, Carlos se giró despacio a verla. Allí estaba Ana, tenía los ojos azules, el pelo rubio y rizado, y llevaba puesto un vestido a juego con su mirada.
Clara Aichang Tirado, 4ºESO-A
LA MEJORADA BAJA
Han pasado muchos años desde que mi abuelo me contara aquella historia que hasta hoy recuerdo con temor. Él era joven y le encantaba hacer lo que hoy se conoce como “urbex” una actividad que consiste en la exploración de casas o lugares abandonados, normalmente alejados de los núcleos urbanos, zonas industriales, etc.
Aquel día se habían reunido con sus mejores amigos y compañeros Luis y Alfredo para ir a la hacienda de “La Mejorada Baja”. Esta se encuentra en las cercanías del “Lago de Diego Puerta”, situado a las afueras de la localidad sevillana Los Palacios y Villafranca. Se dirigían juntos hacia la hacienda un poco nerviosos, que no temerosos, porque sus padres y amigos les habían contado una infinidad de historias horripilantes sobre el lugar. Ellos por su arrogante juventud no les habían tomado en serio, ya que muchas de estas historias eran falsas o inventadas. Serían las 19:30 aproximadamente cuando llegaron a la puerta de la hacienda, cuya fachada rezaba: “Hacienda de la Mejorada Baja”, nombre de esta construcción que imponía por su grandeza y por el estado en el que se encontraba. Esta hacienda había sido construida a mediados del siglo XVIII, sería tristemente abandonada antes de que concluyera esta centuria.
Entraron por lo que debería haber sido la puerta, porque se encontraba en un estado bastante deplorable, dejando la capilla a la derecha. Esta era una de las construcciones que mejor se conservaba. Avanzaron hasta el patio interior. La apariencia de este no inspiraba mucha calma ya que por su estado, parecía que se fuera a derrumbar de un momento a otro. De repente oyeron crujir una rama detrás de ellos y un escalofrío les recorrió la espalda, pero al girarse descubrieron que era una de las tantas liebres que horadaban los suelos del interior de la hacienda.
Siguieron investigando este gran edificio derruido, explorando cada una de las habitaciones y patios. Cuando se dieron cuenta habían pasado ya varias horas desde que llegaran a este lugar y había atardecido. Todo empezó a oscurecerse. Se dispusieron a salir de la hacienda, pero era tal la oscuridad y la inmensidad de la hacienda, que no eran capaces de encontrar la salida. Vagaban de habitación en habitación sin poder situarse y salir de aquel antiguo lugar. Cada vez estaban más asustados y, de repente, empezaron a escuchar una especie de susurro que al principio no eran capaces de distinguir. Cada vez se hacía más fuerte. Al cabo de unos segundos lograron escuchar lo que decía: “fuera, fuera, fuera”. Sus corazones empezaron a palpitarles cada vez más fuerte. Empezaron a ver bultos, sin poder apreciar si estos eran reales o fruto de su trastornada imaginación influenciada por el miedo. Repentinamente se dejó de escuchar la voz y apareció ante ellos una figura translúcida con ropajes antiguos y desgreñados. Esta se iba acercando poco a poco a ellos y paralizados por el miedo no podían ni moverse. La figura se encontraba a escasos metros de ellos y los miraba directamente. Justo cuando iba chocarse con ellos desapareció y se mostró ante ellos la salida de la hacienda. Mi abuelo y sus compañeros salieron corriendo a refugiarse en sus casas, trastornados por aquella mala experiencia.
Actualmente en el pueblo de Los Palacios y Villafranca nadie se atreve a acercarse a esta hacienda. Se cuenta que sus dueños murieron asesinados mientras dormían y fueron enterrados allí mismo. Cada vez que alguien se acerca a indagar a la hacienda, sus espíritus se levantan lamentándose por su desgracia y ahuyentando a los visitantes.
Juan Pablo Cano Parejo, 4º ESO-A